martes, 3 de noviembre de 2015

Historia: Ruta turística en Málaga dónde se da a conocer la prostitución

La Historia de Málaga está repleta de personajes tan inquietantes como Alonso Yáñez Fajardo, nombrado putero mayor de la ciudad por los Reyes Católicos, a cargo de todas las mancebías
El paseo, de cerca de dos horas, comienza junto al Museo de Artes Populares, frente al Guadalmedina. Muy cerca de una de las antiguas puertas de entrada a la ciudad, la de Antequera. Trasiego de comerciantes y carros hace no tantos siglos. Los comerciantes, «cansados de un largo día de trabajo», buscarían descanso en las casas de prostitución de los arrabales. Ocurría en tiempos árabes, explica el guía de Cultopía Jorge Jiménez, pero también con el relevo de los Reyes Católicos.
El guía señala en dirección al convento de la Trinidad, antiguo campamento de Isabel la Católica, y lo saca a colación para hablar del fraile trinitario malagueño fray Diego de Velázquez, catedrático de Teología con ansias de medrar, de ascender en la vida. Y como no lo conseguía, «¿a quién me busco?, se dijo, y se buscó al diablo», cuenta el guía. Para disponer bien a tan peligrosa compañía convenció a un fraile del convento «bastante tonto» para que le consiguiera en Granada tres libros prohibidos, de los que extrajo algunas fórmulas para invocar al ángel caído. Una de ellas, que habrían desaconsejado los grandes chef de nuestros días, incluía la cocción de tres sapos para extraerles los huesos y oficiar con ellos una misa.
Al final el pastel se descubrió y los protagonistas recibieron un castigo ejemplar.
El grupo que participa en esta exótica ruta por la Historia políticamente incorrecta de Málaga, cerca de 40 personas, se traslada a la plaza de Camas, junto a la parte posterior del Museo de Artes Populares, antiguo Mesón de la Victoria, que era propiedad de los frailes mínimos. Los religiosos a su vez alquilaban el mesón a mesoneros que alojaban a prostitutas, «que también hacían de camareras», comenta el guía.
Esta idea de que las mancebas trabajaran en mesones partió de Alonso Yáñez Fajardo, a quien los Reyes Católicos dieron el negocio de las mancebías o casas de prostitución del Reino de Granada y podía considerarse putero mayor de Málaga, pues existían puteros menores, a cargo de las casas de las mancebas. Don Alonso cobraba por las boticas o habitaciones de las mujeres públicas, además de la comida, «un día pescado y por lo menos otro carne», destaca el guía, que resalta que la casa de citas más importante de Málaga en el Siglo de Oro fue, precisamente, el Mesón de la Victoria.
Había por entonces tres clases de prostitutas: arrabaleras (las más baratas, trabajaban en los arrabales), las mencionadas mancebas, organizadas en casas y por último las rameras o mujeres enamoradas: «Solían tener un amante adinerado, también podían tener otros y para distinguir sus casas ponían una rama verde sobre la puerta».
Y en esa sociedad estamentaria, en la que la vestimenta clasificaba a la persona, en tiempos ya de Felipe V el guía recuerda cómo las prostitutas debían vestir medios mantos negros y en los bordes del vestido unas puntas de tela parda, «de ahí la expresión irse de picos pardos».

Las mujeres de entonces, resalta Jorge Jiménez, sólo contaban con su honra y si esta se perdía, por ejemplo por un accidente, «dos testigos tenían que testificar que la virginidad se le había roto y que no era ligera de cascos», mientras que si la mujer era violada, podían incluso obligarle a casarse con un violador.
Al pie de la torre de la iglesia de San Juan, el grupo escucha la agitada vida de la familia Yáñez Fajardo.

Al morir don Alonso el cargo de putero mayor lo hereda su hijo Diego pero su madre, doña Leonor, quizá con mala conciencia por el negocio familiar decide abrir justo al lado de la iglesia, en la calle de las Cinco Bolas, una casa de arrepentidas, para sacar a 13 mujeres de la prostitución, algo que no agradará precisamente al hijo, que tratará de acabar con la iniciativa materna.
La vecindad de la iglesia de San Juan da pie para que el guía recuerde una de los métodos de adivinación más populares en esa Málaga bajo los Habsburgo: tirar las habas y leerlas. Una de las participantes del grupo prueba a tirarlas, algo que enlaza con la historia de una mujer llamada Bárdula, del sigo XVII, antigua procesada por brujería, quien encerrada en una casa de recogidas por el maltratador de su marido, durante el encierro aprendió hechizos y trató de influir con la magia en su marido para que la sacara de allí. «Pero quien la sacó fue su suegra», ironiza Jorge Jiménez.
El siguiente punto es la plaza de las Flores, antigua calle de Siete Revueltas –y antes de Doce Revueltas–, otra zona de casas de citas por su proximidad con la Plaza Mayor, escenario de fastos y corridas de toros y por tanto de trasiego de malagueños. Pero la plaza de las Flores es la excusa para escenificar otros ritos adivinatorios fascinantes. Uno de ellos, con un cedazo y tijeras, el segundo, mucho más sencillo, es el «palmo fuera, palmo dentro»: Se mide el antebrazo con la palma de la mano y si los palmos no faltan o sobran sino que caen justos, la respuesta es positiva.
El mimbre y el niño herniado
Otro rito, más próximo ya a la sanación, era la creencia de que si en la Noche de San Juan se reunían tres hombres llamados Juan y tres mujeres con el nombre de María y se pasaban un niño con hernia, además de un mimbre abierto por la mitad, se supone que si este mimbre, atado luego con una cuerda se volvía a unir pasados nueve días el niño estaba curado. La Inquisición de Granada, destaca el guía, llegó a abrir proceso «a más de 60 juanes y marías por este rito».
Son tiempos bravíos e incrédulos en los que la religión verdadera se afianza con la Santa Inquisición. En la plaza del Obispo, mientras el carrillón de la Catedral anuncia las siete de la tarde, el grupo escucha la increíble historia del viajero escocés del XVII William Lithgow, antipapista furibundo y con un salvoconducto para recorrer el globo en busca del reino fabuloso del Preste Juan. En su escala en Málaga Lithgow es detenido y torturado durante 47 días por las autoridades, en la creencia de que es un espía inglés. Al final el caso pasará al Santo Oficio (la Inquisición).
El embajador inglés y el Rey de España acuden finalmente en su auxilio. William es liberado y poco después narrará con pelos y señales su calvario en un libro que supondrá uno de los hitos de la Leyenda Negra y un furibundo ataque contra la Inquisición que, en realidad, no inició el proceso contra el escocés.
En este sentido, Jorge Jiménez apunta que «en cuatro siglos murieron por la Inquisición española 2.000 personas y por la inglesa la misma cifra en siglo y medio».
La siguiente etapa es el antiguo Hospital de Santo Tomás, frente a la iglesia del Sagrario. Es la hora de hablar de prácticas curativas poco ortodoxas, a las que se acogía la mayoría de la población porque el médico costaba un ojo de la cara. Por este motivo surgían personajes tan inquietantes como los saludadores, que podían «recibir donaciones pero no cobrar», cuenta el guía. Y eso que lo que en principio hacían era curar con la propia saliva, «sobre todo en casos de rabia».
Lo más chocante, aparte de que su saliva tuviera presuntas propiedades medicinales, era la autorización que tenían de las autoridades para ejercer este don de la Naturaleza y de hecho contaban con un certificado.
Y con el recuerdo de esta cura tan poco recomendable el grupo pasea hasta la iglesia de Santiago, la más antigua de Málaga y la única que cuenta con un cuadro de las ánimas del Purgatorio, a las que se rezaba para pedir favores «a cambio de aceite» y este aceite era luego repartido por el párroco entre los parroquianos más pobres.

Por último, la calle Císter y el Teatro Romano con más hechizos, mujeres antiguamente amancebadas y salvadas de la prostitución, así como búsquedas de tesoros.
Mar Rubio, la responsable de Cultopía, cuenta que todos los turnos de esta visita cultural para este puente de Todos los Santos están completos. La otra Historia de Málaga sale por fin del olvido. Y con éxito de público.
Fuente:  http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2015/11/02/prostitutas-brujas-hogueras-malaga/806024.html

lunes, 2 de noviembre de 2015

Arte: LA PROSTITUCIÓN EN EL ARTE DEL SIGLO XIX.




Rolla (1868) Museé des Beaux-Arts, Bordeaux – Francia.

Rolla es el título de una pintura del artista Henri Gervex, y es el producto del encuentro de la literatura y la pintura. También es el nombre del protagonista de una historia en verso, publicada por el autor francés Alfred de Musset en 1833.
En ese relato, el joven está enamorado de Marie, quien tiene una doble llamada Marion, una cortesana frente a la que él termina subyugado.
En el cuadro podemos ver a Marion cansada y dormida, mientras él le dirige una última mirada.

Rolla gastó hasta su última moneda para estar con Marion . Sus amigos lo sabían, así como también sabían que no lo verían más con vida. El esperó los primeros rayos del sol, se asomó por la ventana y la miró, rendida, cansada y dormida. Rolla termina envenenado en brazos de Marion.

El poema de Musset es contundente en su final:

“Y por lo tanto, ambos huyeron de las crueldades de la suerte, la niña en el sueño, y el hombre en la muerte”.

El cuadro fue presentado en el año 1868 y obviamente rechazado por ser demasiado desvergonzado. El autor contaba tan solo 16 años en el momento de esta creación.
 
 

sábado, 31 de octubre de 2015

Historia: Condiciones para ser prostituta en Lavapiés


Confinadas en el barranco de Lavapiés que hoy da nombre al barrio. Estigmatizadas socialmente bajo el tratamiento de rameras o cantoneras, el «viejo oficio» de la prostitución ha tenido sus normas en Madrid desde la Edad Media. Los historiadores sitúan en 1337 la primera fecha en la que un ordenamiento del rey Alfonso XI regula su ejercicio. La villa madrileña era una de las 24 con derecho a representación en el Consejo de Castilla y, por ende, estuvo sujeta a un especial control por parte de este órgano.
Las primeras disposiciones al respecto pusieron principalmente el foco en diferenciar a las prostitutas de cualquier otra mujer, prohibiendo que se ejerciera en la calle. El objetivo no era otro que mantener orden público. Sin embargo, con el paso de los siglos Madrid fue endureciendo su postura respecto a la prostitución. Así, a finales del siglo XVI, con Felipe II como rey, la Villa y Corte estipuló los requisitos para poder ser prostituta. Entre ellos estaba la obligatoriedad de no ser noble, haber perdido la virginidad y ser huérfana o de padres desconocidos. El único límite relacionado con la edad era que las mujeres tenían que ser mayores de doce años. Solo doce.
Además, sólo estaba permitido el ejercicio de su oficio en «casas públicas» burdeles con licencia– y sin dependencia de «rufianes», es decir proxenetas. Asimismo estaba prohibido vestir de manera provocativa con sedas y mantener relaciones sexuales en caso de tener enfermedades venéreas. Todo ello estaba castigado con una pena de cien azotes, la pérdida de todos los enseres y, en el último caso, con el destierro de la ciudad.

Control de la «salud pública»

La autoridades municipales obligaban a los médicos de la Cárcel de la Corte, conocidos en la época como cirujanos, a realizar revisiones en las casas públicas del barranco de Lavapiés. Asimismo, existía la obligación de que cada casa de prostitutas tuviera una «madre» –lo que hoy se conoce como una «madame»– para garantizar el cumplimiento de la normativa, el orden público y el pago de los impuestos a las arcas municipales. Las «madres» no podían cobrar nada más que no fuera por lavarles la ropa, hacerles la comida y permitirles el uso de las habitaciones. Para evitar las peleas, los hombres que acudían a estos burdeles debían dejar las armas fuera.

 http://www.abc.es/madrid/20150725/abci-normas-para-prostituta-villa-201507242129.html

miércoles, 14 de octubre de 2015

Arte: Museo de Orsay revive el esplendor y la miseria de la prostitución a través del arte

Maureen Lennon Zaninovic
Artes y Letras
El Mercurio

La pinacoteca parisina ofrece una mirada documentada y profunda de esta actividad. Desde Manet, pasando por Degas, Van Gogh, Toulouse-Lautrec y Picasso. Todos esos artistas clave del arte moderno se sintieron atraídos por ese mundo, ya sea idealizándolo, caricaturizándolo o, derechamente, condenándolo a través de sus obras más célebres.




Un contundente testimonio visual que evoca el estatuto ambivalente de las prostitutas: desde el "esplendor" de las que brillaron en el mundo del espectáculo hasta la "miseria" de quienes no tuvieron esa oportunidad de reconocimiento público, es lo que ofrece una de las muestras del momento de Europa.
Se trata de "Esplendor y miseria de la prostitución en París, 1850-1910" que actualmente exhibe el Museo de Orsay y que estará abierta hasta el 17 de enero.
Son alrededor de 200 obras de grandes maestros. Desde la "Olympia" de Manet a "Las señoritas de Avignon" de Picasso, pasando por creaciones icónicas de Toulouse-Lautrec, Degas, Van Gogh, Félicien Rops, Émile Bernard y una larguísima enumeración de nombres clave de la pintura moderna.
El título de la exposición es un guiño a la célebre novela de Honoré de Balzac: "Esplendor y miseria de las cortesanas" y alude al complejo escenario social parisino del siglo XIX. Es sabido que hacia 1850 París ya contaba con cerca de un millón de habitantes y dos décadas más tarde -alrededor de 1870- había duplicado ese número. La creciente inmigración del campo hacia la capital cambió de manera profunda las estructuras sociales y comportamientos de esa época. El surgimiento de una clase urbana-trabajadora y el impulso de la industria, también amasó una notable cantidad de dinero y con ello creció la oferta y la demanda por una serie de servicios. En este frenesí de consumo, la prostitución explotó y se convirtió en una actividad bullente.
La prostitución no solo estuvo circunscrita a los burdeles, esta práctica se infiltró por todos los poros de París y hasta comenzó a ser aceptada -de acuerdo a las crónicas históricas- como "un mal necesario para aplacar la brutalidad de las pasiones del hombre".
Los más importantes creadores de esos años (pintores y narradores) sucumbieron ante ella, ya sea idealizándola de manera romántica, caricaturizándola o -derechamente- condenándola. La palabra prostitución fue tan atractiva y evocadora durante el siglo XIX que hasta el poeta maldito Charles Baudelaire sentenció en su diario de vida: "¿Qué es el arte?: Prostitución".
"¿Por qué la prostitución fue un gran 'tema' para los artistas?" se preguntó recientemente en The New York Times Richard Thomson, uno de los curadores de esta muestra y profesor de Historia del Arte de la Universidad de Edimburgo. El académico añadió que si bien en este interés hubo un tema sexual, también hay que citar otras razones gravitantes.
"La ciudad comenzó a avanzar a pasos acelerados. En medio de esta locura, la sociedad parisina se imbuyó en una clima cada vez más comercial, ambiguo y obnubilado por el mundo del espectáculo. ¿Cómo podía uno estar seguro de que esa persona ejercía un determinado rol y no otro? ¿Esa mujer era realmente una cortesana o se estaba ante un error? Ese tipo de preguntas intrigaron y fascinaron a los artistas de esos años", puntualizó Richard Thomson a The New York Times.
¿Una nueva Babilonia?
En el catálogo de esta muestra, Marie Robert e Isolde Pludermacher, conservadoras del Museo de Orsay, sitúan entre el Segundo Imperio y la Belle Epoque el periodo cuando la prostitución se afirma como tema. Prueba de ello son las innumerables obras vinculadas con corrientes tan diversas como el academicismo, el naturalismo, el impresionismo, el fauvismo y el expresionismo.
"La ciudad se encuentra entonces en plena metamorfosis: nueva Babilonia para algunos, 'Ciudad Luz' para otros, y ofrece a los artistas cantidad de nuevas ubicaciones (salones de la alta sociedad, palcos de óperas, prostíbulos, cafés, bulevares...) donde observar el baile codificado de los amores tarifados", comentan estas profesionales y añaden que en la segunda mitad del siglo XIX, "mujeres honradas, prostitutas ocasionales, clandestinas o registradas oficialmente, se mezclan hasta confundirse en el espacio público. Durante las horas del día, cuando cualquier forma de prostitución explícita está proscrita, prevalece la ambigüedad. Estas identidades movedizas, esquivas, fascinan a los artistas que restituyen el clima equívoco del París moderno". Las teóricas del arte consideran que las "chicas públicas" se desvanecen y solo se distinguen "por sus palabras, gestos (al levantar la enagua para descubrir una botina), poses estudiadas o expresiones significativas (sonrisa discreta, mirada furtiva o sostenida), como lo muestran las obras de Boldini o Valtat".
El brillo mágico de las farolas
En el último tercio del siglo XIX, con la liberalización del comercio de lugares de venta de bebidas, se multiplican los cafés-concierto y cabarets. Algunos establecimientos, como el Moulin Rouge o el Folies-Bergère, atraen un público principalmente de turistas extranjeros que acuden tanto para apreciar el espectáculo en la sala, como por la posibilidad de encuentros casuales.
"Lo que me parece más bello de París es el bulevar... A la hora en que las farolas de gas brillan en los cristales, cuando retumban los cuchillos encima de las mesas de mármol, voy paseando por allí, apacible, envuelto en el humo de mi puro y mirando a través de él a las mujeres que pasan. ¡Aquí se extiende la prostitución, aquí los ojos brillan!". Estas líneas escritas en 1842 por Gustave Flaubert ("Madame Bovary") a su amigo, el político francés Ernest Chevalier, describen el espectáculo de la prostitución que ofrece un París transformado por la creación de los bulevares y el nuevo alumbrado urbano.
"Ya sean prostitutas de baja categoría o destacadas cortesanas, las 'bellas de noche' saben poner de relieve sus encantos gracias a la luz artificial, como lo muestran las obras de Anquetin, Béraud o Steinlen. Eligen a propósito detenerse a proximidad de una fuente de luz y juegan con 'el brillo mágico de las farolas' o los enfoques de 'luz cruda' para que resalten mejor sus rasgos maquillados, en la oscuridad. Al exhibirse así a la mirada de los paseantes, la prostitución se hace visible de noche, allí donde de día era discreta", señalan las conservadoras del Museo de Orsay.
Sin duda uno de los artistas emblemas de ese universo fue Henri de Toulouse-Lautrec. Nacido en 1864 y fallecido tempranamente a los 36 años en 1901, alcanzó notoriedad tras inmortalizar los barrios bohemios, la vida nocturna y sus locales más legendarios, como el Moulin Rouge de París. Pintó los bajos fondos y sus habitantes: actores, payasos, bailarinas y prostitutas, con un trazo absolutamente genial y reconocible. Los dueños de cabarets le pedían carteles para promocionar sus espectáculos; y entre otras, Jane Avril, bailarina del Moulin Rouge, fue una de sus musas más celebres. Como es sabido, el alcohol y la sífilis mermaron su salud. Pasó largos períodos en hospitales, sanatorios mentales, para finalmente llegar a casa de su madre, donde falleció.
"Toulouse-Lautrec proporciona, como nadie, un rostro a las prostitutas de su época. No las pinta en mujeres fatales ni en víctimas de la sociedad, sino como mujeres comunes y corrientes, imbuidas en sus actividades diarias", puntualizan Marie Robert e Isolde Pludermacher.
Waldemar Sommer, crítico de Artes y Letras, resalta que -más allá de la polémica o el morbo- hay que centrarse en las obras de la colección y como, muchas de ellas, "rescatan este mundo con bastante delicadeza, con la representación de mujeres que -pese a su condición- conservan su dignidad".
Pablo Chiuminatto, profesor del Instituto de Letras de la UC y uno de los curadores de la exitosa muestra de esculturas de Degas, exhibida en 2011 en el Museo de Bellas Artes, concluye: "Como la vida, los temas artísticos tienen una contraparte. El hecho que desde mediados del siglo XIX la prostitución se vuelva un tópico, es la contraparte de la producción explosiva del retrato burgués y los interiores iluminados por la belleza neoclásica. Esta es la otra cara de la representación del ser humano en el arte, que pasa de la inmaterialidad de la belleza idealizada a aquella real que implica otros aspectos como el atractivo extrañamiento de la fealdad, la decadencia y la trasgresión con la que convivimos a pesar de que no queramos verla"

fuente:  http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=191036

martes, 22 de septiembre de 2015

Pintura: Exposición en el Museo Orsay de Paris, de obras sobre la prostitución

"Pierreuses" prostitutas que ejercen clandestinamente en descampados, en las profundidades de la noche, chicas "con tarjeta" e "insumisas" que ofrecen sus servicios en el espacio público, "verseuses", que fomentan el consumo de alcohol, empleadas por las cervecerías de mujeres, pensionistas de prostíbulos, cortesanas que reciben a sus admiradores en su lujoso palacete particular… En el siglo XIX, la prostitución adopta múltiples rostros.
Este carácter proteiforme e inclasificable ha obsesionado constantemente a novelistas y poetas, dramaturgos y compositores, pintores y escultores. La mayoría de los artistas del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX han enfocado los esplendores y miserias de la prostitución, que también se convirtió en un tema predilecto para los medios incipientes, como la fotografía y posteriormente el cine.
Fue en particular en París, entre el Segundo Imperio y la Belle Epoque, que la prostitución se afirma como tema, en obras vinculadas con corrientes tan diversas como el academicismo, el naturalismo, el impresionismo, el fauvismo o el expresionismo. La ciudad se encuentra entonces en plena metamorfosis: nueva Babilonia para algunos, "Ciudad Luz" para otros, ofrece a los artistas cantidad de nuevas ubicaciones (salones de la alta sociedad, palcos de óperas, prostíbulos, cafés, bulevares…) donde observar el baile codificado de los amores tarifados. En estas representaciones, a menudo contrastadas, se mezclan a la vez escrupulosa observación e imaginación, indiscreción y objetividad, enfoque clínico y fantasías desenfrenadas. Pero, por muy singulares que sean, todos estos enfoques hacia el mundo de la prostitución son exclusivamente de artistas masculinos. Asimismo, detrás de la evocación de los placeres y de los males, de los ascensos fulgurantes y de las vidas miserables, lo que se vislumbra también es el peso de la condición femenina, en la época moderna.
http://www.musee-orsay.fr/…/splendeurs-et-miseres-42671.htm…

sábado, 19 de septiembre de 2015

Canciones: "Yo soy esa" Juanita Reina


Canciones: "Aventurera" Agustín Lara


Vende caro tú amor, aventurera Da el precio del dolor, a tú pasado Y aquel, que de tú boca, la miel quiera Que pague con brillantes tú pecado Que pague con brillantes tú pecado Ya que la infamia de tú ruin destino Marchito tú admirable primavera Haz menos escabroso tú camino Vende caro tú amor aventurera Ya que la infamia de tú ruin destino Marchito tú admirable primavera Haz menos escabroso tú camino Vende caro tú amor aventurera Esta es una canción, que a pesar de que se mantiene el estigma, cómo mínimo hace que se empodere la prostituta, Ya que te "vendes" esta sería la palabra que estigmatiza, hazlo por "brillantes". No a cualquier precio.

sábado, 4 de julio de 2015

Historia: El sexo en la época romana

Visita teatralizada en el yacimiento de Ampuries "El sexo en la época romana".  En la historia podemos ver documentadas historias de mujeres meretrices, prostitutas, que progresaron, muchas eran pobres y hasta esclavas. Esta es Lucilla, "una esclava oriunda de Tarraco, que desde joven trabajaba para su amo, pero sus habilidades en la cama y su ingenio e inteligencia la llevaron a convertirse en una meretriz de lujo que seducia a senadores, cónsules y miembros de la alta sociedad romana. Sus buenas artes la condujeron a la libertad; emprende un viaje a Emporiae, con un rumbo diferente. Haciendo servir sus dotes de seducción y su innata inteligencia, dirigirá un burdel en Emporiare, dando el relevo a futuras damas del placer."

En  la actualidad, se estigmatiza tanto a las mujeres prostitutas, que se nos niega estas capacidades que tenemos, de sedución, la inteligencia, y el ingenio, se nos niega este poder, y se nos convierte en pobrecitas víctimas sometidas al capricho de los hombres y desafortunadamente, muchas viven con miedo, vergüenza y culpa, tal es el poder, del discurso de que hacer pagar por sexo, es lo más indigno que hay para una mujer.

Visita teatralitzada a l'entorn de l'exposició temporal al jaciment d'Empúries "El sexe en l'època romana".

Lucilla,  una esclava oriünda de Tarraco,  de ben jove va haver de posar-se a treballar al carrer per satisfer les ordres del seu amo. Però les seves habilitats al llit,  així com el seu enginy i la seva intel·ligència la van portar a convertir-se  en una meretriu de luxe que seduïa  a senadors, cònsols i membres de l’alta societat romana. Les seves bones arts la van conduir a la llibertat. Com a lliberta i amb el pes dels anys a la seva pell, Lucilla emprèn un viatge cap a Emporiae, però aquest cop amb un rumb diferent. Fent servir les seves millors dots de seducció i la seva innata intel·ligència, dirigirà un lupanar a Emporiae, donant el relleu a les futures dames del plaer.

La «meuca» Lucilla explicarà a Empúries els secrets del sexe a l´antiga Roma


Activitat recomanada a majors de 16 anys.

http://www.iconoserveis.com/catala.php#Empuries-Lucilla-una-meuca-romana

http://www.diaridegirona.cat/cultura/2015/06/24/meuca-lucilla-explicara-empuries-secrets/731232.html

lunes, 18 de mayo de 2015

Historia: Señora Mei

 Hay mucha documentación en la historia de mujeres que tenían mucho poder, prostitutas, hetairas, concubinas, mesalinas, cortesanas, pongamos las etiquetas que pongamos, la cuestión es que utilizaban su capital erótico, su sexualidad, y los hombres caían rendidos a sus pies...en la actualidad se las llama prostitutas de lujo. no se sabe mucho de ellas, salvo algún escándolo que otro que salta a la prensa. veremos si con el tiempo, la historia las pone en su lugar...


Una tumba de la dinastía Ming (SXV) descubierta en 2008 en Nanjing (China) ha desvelado un epitafio que narra una curiosa historia con más seis siglos de antigüedad. Concretamente, el texto mortuorio (traducido esta semana al inglés) cuenta la vida la «Señora Mei», una mujer que pasó de ser una concubina, a gobernar una pequeña región al suroeste del país. Todo ello, tras convertirse en la perfecta estratega militar. Así lo afirma la revista especializada «Live Science» en su versión digital.
El epitafio y la vida de esta mujer han sido hallados en una tumba de ladrillo que contaba, además, con varias pulseras, joyas y botes de perfume de un valor incalculable. Su vida no tiene desperdicio, pues pasó de ser una mujer «sin lavar y descuidada» a una famosa gobernante que llegó a dar consejos militares a su hijo para que combatiera y venciera a las tribus que asolaban por entonces la región desde «tierras lejanas». Una historia perdida que ha sido traducida directamente del chino por los investigadores que han encontrado el edificio.

Una historia de superación

Al parecer, y tal y como explican los arqueólogos de los Museos Municipales de Nanjing y Jiangning, Mei empezó siendo una concubina de Bin Mu, un duque de Quian que gobernó Yunnan y que contaba con tres esposas. Nacida en 1430, es muy probable que a los 15 años se casara con el noble, quien contaba por entonces 45 veranos a sus espaldas. «Mei fue probablemente una concubina con quien se terminó casando después de empezar a gobernar Yunnan», explican la revista «Wenwu», donde fue publicada la investigación original.
Hija de un heroico general, la vida de Mei cambió cuando dio a luz al hijo del duque, Mu Zong, quien tenía apenas 10 meses de edad cuando su padre murió. «Ella le educó con una fuerte disciplina y mantuvo los asuntos internos en orden. Nadie tenía queja», determinan los epitafios.
La antigua concubina obligó a su hijo a «estudiar noche y día y le enseñó la lealtad y la devoción filial», Cuando Mu Zong obtuvo la mayoría de edad, ambos viajaron hasta la residencia del emperador quien, por causas desconocidas, puso a la mujer al cargo de una región que antes había gobernado su padre durante su etapa como militar.
Concretamente, el gobernante le otorgó el título de «duquesa viuda». No debió proceder mal, pues era habitual que su hijo –dirigente de Yunnan tras la muerte del duque- le consultara casi constantemente cómo debía actuar. «La duquesa solía hablar con el nuevo duque de su lealtad al emperador, de cómo debía tratar con amabilidad a las personas bajo su mando y de las estrategias para llevar la paz a las tribus bárbaras y para pacificar tierras lejanas», añaden los escritos antiguos.
Mei murió a los 45 años en el año 1474. Los epitafios dicen que falleció de una extraña enfermedad al sur de Yunnan y su cuerpo fue llevado a Nanjing. «El día de su muerte, el pueblo, militares y civiles, ancianos y jóvenes, lloraron y lloraron por ella como si sus propios padres hubieran fallecido. Cuando el obituario llegó a la corte imperial, el emperador envió a varios funcionarios a la región y les ordenó preparar el funeral y el entierro», señala el epitafio.

miércoles, 18 de marzo de 2015

jueves, 26 de febrero de 2015

Literatura: "La curandera de Atenas". Novela sobre las hetairas. (porstitutas griegas)




«Las hetairas eran las mujeres más libres de la Grecia clásica»
Isabel Martín, una conocedora de la cultura griega. / RC
"Las hetairas eran quizás las mujeres más libres de la Grecia clásica". Quien así habla es Isabel Martín, autora de 'La curandera de Atenas', novela que acaba de aparecer en bolsillo a cargo del sello Booket. En su libro, Martín recrea la historia de una mujer que, por diversos avatares, llega a ser curandera y hetaira. Su libro es una buena ocasión para hablar de la mujer y el sexo en la Grecia del Pericles.
Les debemos a los griegos las matemáticas, la astronomía, el pensamiento filosófico, el teatro, la democracia y un largo etcétera de logros sociales y científicos. Pero también les debemos la cultura del hedonismo, del disfrute de la vida, del gusto por la fiesta, la juerga y el sexo, un legado que Occidente ha conseguido mantener a pesar de los múltiples y reiterados intentos del poder civil y religioso por reprimirlo. "En el fondo, todos seguimos siendo griegos, todos compartimos unos valores que nacieron hace más de dos mil quinientos años en una pequeña ciudad de apenas trescientos mil habitantes. Atenas desarrolló una sociedad sorprendente que brilló como una supernova para consumirse después dejando un legado que ha perdurado a lo largo de los siglos", explica Martín.
En esa ciudad, en la que solo cuarenta y cinco mil de sus habitantes eran considerados ciudadanos, la clase alta vivía por y para el disfrute, tanto intelectual como físico. Pero, para ver la situación en su conjunto, hay que tener en cuenta que Grecia era, y eso es también un legado que se ha perpetuado hasta nuestros días, una sociedad profundamente misógina. "No hay más que leer a Platón, para quien las mujeres son una degeneración física del ser humano, o a Aristóteles, que habla de las mujeres como "varones estériles" incapaces de preparar su fluido menstrual con el refinamiento suficiente para que se convierta en semen (en semilla)", apunta la autora.
En Atenas las mujeres acomodadas no podían tener propiedades, ellas mismas eran propiedad de su marido, vivían recluidas en los gineceos y no se relacionaban socialmente con su esposo, demasiado ocupado con sus múltiples actividades sociales, políticas e intelectuales y lúdicas.
Excepciones
Esta realidad, sin embargo, tenía asombrosas excepciones. Es el caso de las sacerdotisas, mujeres con un poder indiscutible, dada la gran importancia de la religión en la vida griega. Las curanderas y las hetairas eran, quizá, las únicas mujeres que gozaban de cierta libertad y estatus, al ser elementos fundamentales para esa vida de fiestas y jarana a la que tan aficionados eran los griegos. "Tenemos las hetairas para el placer; las concubinas para el uso diario y las esposas de nuestra misma clase para criar a los hijos y cuidar la casa", decía Demóstenes con gran pragmatismo.
"Las hetairas acompañaban a sus clientes a los lugares públicos y estos competían por conseguir a la hetaira más bella y famosa, pues su posesión era un signo de estatus indiscutible", señala la autora. Solían estar unidas a un solo amante durante meses e incluso años y los hombres les dedicaban atenciones que nunca hubieran soñado con brindar a sus esposas.
Pero no era solo sexo lo que las hetairas ofrecían a sus clientes. Eran cultas, algo poco habitual entre las mujeres griegas, educadas únicamente para atender las labores domésticas; eran indiscutibles árbitros de la moda; eran refinadas, sabían tocar instrumentos, hablar de política y filosofía, y, por supuesto, preparar las mejores fiestas en las que se bebía y se comía hasta la extenuación, se discutía de lo divino y lo humano, se cantaba, se escuchaba música y se dejaba vía libre a los instintos más primarios.
Es difícil para una persona del siglo XXI entender lo que podía significar en la sociedad griega el personaje de la hetaira, cuyo nombre, femenino de hetairos, "compañero", ya muestra su condición especial. Algunas de las hetairas más famosas llegaron a alcanzar una posición social muy elevada, sobre todo en ciudades prósperas como Corinto o Atenas, tanto que el nombre de alguna de estas mujeres ha llegado hasta nuestros días por su talento, su belleza o su codicia. Es el caso, por ejemplo de Hoia, a quien sus clientes apodaban 'Heléboro' porque esta planta se creía remedio contra la locura, o Rodopis, esclava que, tras comprar su libertad, llegó a ser rica y famosa. O la pobre Lais de Hicara, que fue linchada por un grupo de esposas en el santuario de Afrodita.
Aspasia de Mileto
Aunque quizá el ejemplo perfecto de la fama e influencia que podían alcanzar estas mujeres se encuentra en Aspasia de Mileto, la amante de Pericles, autocrator de Atenas en su época de mayor esplendor. Aspasia y Pericles mantuvieron una estrecha relación durante años; Pericles se divorció de su mujer, aunque no pudo casarse con Aspasia por una ley dictada por él mismo; tuvieron hijos y vivieron juntos hasta la muerte del estadista.
"Aspasia era una mujer sorprendente. Era de familia acomodada, pero huyó de su Mileto natal hacia Atenas por negarse a vivir la vida de ama de casa que su condición le auguraba", dice Isabel Martín. "Aspasia era una mujer muy culta, tanto que hasta el propio Sócrates alababa su inteligencia". Su belleza era legendaria y su hospitalidad: a sus salones acudían los más insignes filósofos y artistas del momento, lo que no era poco, y dirigió una escuela para niñas en la que no solo se enseñaba música o costura.
Como toda personalidad fuera de lo común, Aspasia fue víctima de la envidia y la maledicencia de sus conciudadanos. Fue acusada de impiedad ('asebeia'), algo muy común y peligroso en la época, por atreverse a hablar de los dioses en términos poco piadosos, y el propio Pericles tuvo que llorar ante la asamblea de ciudadanos implorando por su vida, lo que refleja el grado de democracia participativa que se llegó a alcanzar en la Atenas clásica, aunque esta democracia fuera ejercida solamente por cuarenta y cinco mil ciudadanos. 

domingo, 22 de febrero de 2015

La primera regulación de la prostitución

En la Antigua Grecia, las mujeres mantenían relaciones sexuales con sus clientes para financiar el culto de los templos dedicados a Venus, pero este fin religioso terminó desacralizándose con el paso del tiempo y su actividad se convirtió en un negocio que daba pingües beneficios. La unión de lo humano con lo divino se transformó en un fenómeno social, objeto de comercio y regulación. Es en ese momento cuando puede decirse que aparece la prostitución profana [1]. La primera reglamentación de este oficio se llevó a cabo durante el gobierno del arconte Solón, al que se considera fundador de la democracia ateniense y de su ordenamiento jurídico y uno de los siete sabios de Grecia [2]. En torno a las primeras décadas del siglo VI a.C. Solón creó unos burdeles, concebidos como recintos públicos donde los clientes recibían servicios sexuales a cambio de pagar unas tarifas establecidas por el Estado y controladas por funcionarios que verificaban los precios y los pagos. De este modo, además de mantener el orden público, el fisco ateniense obtuvo nuevos recursos con los que poder financiarse.
El Imperio Romano daría un paso más en la regulación de esta actividad y, en tiempos del emperador Marco Aurelio (180 d.C) las mujeres debían registrase como prostitutas para obtener la licentia stupri del edil que les autorizaba a ejercer su trabajo legalmente, pagando un porcentaje sobre sus beneficios. Como esta inscripción era obligatoria e indeleble –una vez [que] se inscribiera no podía nunca lavar su mancha deshonrosa, por más que renunciara a su infame tráfico, viviendo ya honestamente, contrayendo ventajoso matrimonio, dando a la república hijos casi legítimos, no había poder social ni religioso que pudiera rehabilitarla completamente ni aun borrar su nombre del archivo de la prostitución legal [3]– las meretrices, simplemente, solían registrase con un nombre falso. Hecha la ley, hecha la trampa; por ejemplo, la esposa de Claudio, la emperatriz Mesalina, competía con otras mujeres en los lupanares de Roma bajo el pseudónimo de Lycisca y, de hecho, el Diccionario de la RAE aún mantiene el significado de su nombre para designar a una mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas.

PD Citas: [1] FUNDACIÓN SOLIDARIDAD DEMOCRÁTICA. La prostitución de las mujeres. Bilbao: Instituto de la Mujer, 1988, p. 12. [2] PALAO HERRERO, J. El sistema jurídico ático clásico. Madrid: Dykinson, 2007, p. 23. [3] LACROIX, P. Historia de la prostitución en todos los pueblos del mundo. Barcelona: Juan Pons Editor, 1870, p. 282.