Cuenta Charo Roquero en su último libro, 'Historia de la
prostitución en Euskal Herria', editado por Txalaparta, que "hay una
creencia común y bastante extendida" de que aquí nunca hubo "un
desarrollo floreciente de la prostitución". Nada más lejos de la
realidad. "Existió, aunque quizás con unos caracteres distintos debido a
la influencia de la moral religiosa y a su aislamiento y dispersión
poblacional, que propiciaban la endogamia y el rechazo al inmigrante y
al extranjero". Si a esta historiadora le ha resultado complicado
rastrear la existencia de la prostitución con anterioridad al siglo XIX
es porque no había, explica, un modelo de prostitución ostentosa,
callejera o "cantonera", oficial, como ocurría en otras zonas de España.
Pero una de las pruebas de que existían prostitutas la ha encontrado,
por ejemplo, en los ritos que se usaban para expulsarlas de la localidad
en la que estaban asentadas. A las "livianas y rameras" les rapaban el
pelo y las cejas, las arrojaban del pueblo con tamboril y silbo, le
daban dos pedazos de pan y dos rábanos para el camino. Y en el mismo
límite municipal donde eran expulsadas tenía lugar a la vez un baile
público; los lugareños celebraban así "haberse librado de una fiera que
devoraba los huesos y costumbres, pese a que muchos de ellos habían
recurrido a ella.
Charo Roquero ha elaborado un breve pero concienzudo
estudio que aborda, por primera vez y de forma sistemática y desde un
punto de vista histórico, la evolución de la prostitución en tierras
vascas y arroja luz sobre un fenómeno que, tanto en crónicas como en
archivos oficiales, se ha intentado ocultar durante siglos. Así pues,
recoge al detalle la forma de vida de miles de mujeres empujadas por la
desesperación o por el acomodo, la mayoría de las cuales tuvieron que
enfrentarse a la clandestinidad, a la vergüenza, al miedo a las
instituciones y a una hipócrita moral cristiana. En suma, un colectivo
despreciado por la sociedad y olvidado por la Historia. El trabajo de
Charo Roquero está dividido en dos partes -antes y después del siglo
XIX- y elaborado a través de retazos, cuadros y anécdotas como la que
inicia este artículo. Y como la que protagoniza en 1500 Juan de
Arbolancha, influyente armador de Bilbao, quien llegó a pedir al
Ayuntamiento de la villa que se construyeran casas fuera del municipio,
lejos de los vecinos, "y poner remedio a los escándalos nacidos de la
prostitución". Es decir, construir una especie de prostíbulo o mancebía
municipal, en uno de los primeros intentos por reglamentar la
prostitución.
En el rastreo histórico de los archivos judiciales de antes
del XIX elaborado por Charo Roquero encontramos también que en 1512 el
Concejo bilbaíno ordenaba que las mujeres de las mancebías debían
abandonar la ciudad "en seis días" "son pena de 200 azotes". Los motivos
eran varios: por una parte, contagiaban enfermedades "de bubas" y
venéreas y, por otra, siempre intentaban ocultar su condición de
"mujeres públicas y de mala vida". "Si así hicieran se les condenará a
la expulsión y a recibir 100 azotes paseadas sobre un asno, desnudas de
cintura para arriba". "Debía causar un gran jolgorio", supone Roquero. Y
en 1566 se quejaban de que "en la ciudad y sus arrabales había mozas y
mujeres baldurretas y públicas que hacían muchas bellaquerías, y había
casas con ocho y diez mujeres que no tenían otro oficio que sino acoger a
hombre con ellas". "Pero en Vitoria fueron mucho más intolerantes",
desvela el libro editado por Txalaparta. Así pues, desde las ordenanzas
de 1483 se establecía que "ningún vecino ni vecina pudiera mantener en
su casa a mujeres que tratan públicamente en el pecado de la fornicación
e putería". Los mayorales del barrio eran los encargados de vigilar el
cumplimiento de esta ordenanza. Aunque ya sin vistosos paseos, el piso
se cerraba y las mujeres eran desterradas y azotadas. Todas estas
prácticas más o menos públicas y notorias convivían con otras más
encubiertas y veladas que se daban bajo la apariencia de la
respetabilidad, común en la época. A Roquero le llamó la atención
comprobar que "hay autores de la época que consideraban como ‘familia
honesta’ la que simplemente sabía guardar las apariencias, aunque
estuvieran amancebados".
En 1735, la Justicia de Hondarribia inició autos contra
Francisca de Ortigosa y Manuela Piñondo, de 18 años, porque andaban a
horas deshonestas por los caminos del valle de Oiartzun y Lezo y solían
frecuentar a los soldados de guarnición en la plaza. El auto dice
textualmente y sin piedad: "Eran mujeres que andaban como unas perras de
un lugar a otro y están reputadas ambas por mozas de depravada vida y
muy licenciosas, siendo por ello acusadas de públicas rameras". A
Manuela se la envió en reclusión a la Casa Galera de Zaragoza (de las
Casas Galeras para prostitutas hablaremos en otro artículo) por cuatro
años y a Francisca, que era algo mayor, se la desterró para siempre de
Gipuzkoa. En 'Historia de la prostitución en Euskal Herria' también
mencionan otros niveles y categorías de entre las mujeres dedicadas a la
prostitución. Por ejemplo, el caso de Mª Vicenta, una chica que
comienza como capricho de un importante personaje militar de San
Sebastián (en el año 1742) y acaba ejerciendo como ramera pública. "La
historia llegó a causar tan grave escándalo en la ciudad que el alcalde
se vio obligado a ponerlo en manos del fiscal del corregimiento".
¿Y qué decir de las mancebas de los clérigos? En las
crónicas oficiales posteriores al XIX es algo difícil de encontrar, pero
no en las de los siglos XV y XVI, cuando "eran tan de vox populi que
incluso el tema se vio desbordado por la opinión popular, llegándose a
un exceso de suspicacia entre la gente del pueblo", hasta el punto de
que en 1490 los clérigos de Gipuzkoa se quejaron a los Reyes Católicos
de la persecución que sufrían. Eso sí, en los pleitos se trataba con
gran sigilo el nombre del amante si este era un sacerdote y la que salía
mal parada siempre era la mujer.