miércoles, 14 de octubre de 2015

Arte: Museo de Orsay revive el esplendor y la miseria de la prostitución a través del arte

Maureen Lennon Zaninovic
Artes y Letras
El Mercurio

La pinacoteca parisina ofrece una mirada documentada y profunda de esta actividad. Desde Manet, pasando por Degas, Van Gogh, Toulouse-Lautrec y Picasso. Todos esos artistas clave del arte moderno se sintieron atraídos por ese mundo, ya sea idealizándolo, caricaturizándolo o, derechamente, condenándolo a través de sus obras más célebres.




Un contundente testimonio visual que evoca el estatuto ambivalente de las prostitutas: desde el "esplendor" de las que brillaron en el mundo del espectáculo hasta la "miseria" de quienes no tuvieron esa oportunidad de reconocimiento público, es lo que ofrece una de las muestras del momento de Europa.
Se trata de "Esplendor y miseria de la prostitución en París, 1850-1910" que actualmente exhibe el Museo de Orsay y que estará abierta hasta el 17 de enero.
Son alrededor de 200 obras de grandes maestros. Desde la "Olympia" de Manet a "Las señoritas de Avignon" de Picasso, pasando por creaciones icónicas de Toulouse-Lautrec, Degas, Van Gogh, Félicien Rops, Émile Bernard y una larguísima enumeración de nombres clave de la pintura moderna.
El título de la exposición es un guiño a la célebre novela de Honoré de Balzac: "Esplendor y miseria de las cortesanas" y alude al complejo escenario social parisino del siglo XIX. Es sabido que hacia 1850 París ya contaba con cerca de un millón de habitantes y dos décadas más tarde -alrededor de 1870- había duplicado ese número. La creciente inmigración del campo hacia la capital cambió de manera profunda las estructuras sociales y comportamientos de esa época. El surgimiento de una clase urbana-trabajadora y el impulso de la industria, también amasó una notable cantidad de dinero y con ello creció la oferta y la demanda por una serie de servicios. En este frenesí de consumo, la prostitución explotó y se convirtió en una actividad bullente.
La prostitución no solo estuvo circunscrita a los burdeles, esta práctica se infiltró por todos los poros de París y hasta comenzó a ser aceptada -de acuerdo a las crónicas históricas- como "un mal necesario para aplacar la brutalidad de las pasiones del hombre".
Los más importantes creadores de esos años (pintores y narradores) sucumbieron ante ella, ya sea idealizándola de manera romántica, caricaturizándola o -derechamente- condenándola. La palabra prostitución fue tan atractiva y evocadora durante el siglo XIX que hasta el poeta maldito Charles Baudelaire sentenció en su diario de vida: "¿Qué es el arte?: Prostitución".
"¿Por qué la prostitución fue un gran 'tema' para los artistas?" se preguntó recientemente en The New York Times Richard Thomson, uno de los curadores de esta muestra y profesor de Historia del Arte de la Universidad de Edimburgo. El académico añadió que si bien en este interés hubo un tema sexual, también hay que citar otras razones gravitantes.
"La ciudad comenzó a avanzar a pasos acelerados. En medio de esta locura, la sociedad parisina se imbuyó en una clima cada vez más comercial, ambiguo y obnubilado por el mundo del espectáculo. ¿Cómo podía uno estar seguro de que esa persona ejercía un determinado rol y no otro? ¿Esa mujer era realmente una cortesana o se estaba ante un error? Ese tipo de preguntas intrigaron y fascinaron a los artistas de esos años", puntualizó Richard Thomson a The New York Times.
¿Una nueva Babilonia?
En el catálogo de esta muestra, Marie Robert e Isolde Pludermacher, conservadoras del Museo de Orsay, sitúan entre el Segundo Imperio y la Belle Epoque el periodo cuando la prostitución se afirma como tema. Prueba de ello son las innumerables obras vinculadas con corrientes tan diversas como el academicismo, el naturalismo, el impresionismo, el fauvismo y el expresionismo.
"La ciudad se encuentra entonces en plena metamorfosis: nueva Babilonia para algunos, 'Ciudad Luz' para otros, y ofrece a los artistas cantidad de nuevas ubicaciones (salones de la alta sociedad, palcos de óperas, prostíbulos, cafés, bulevares...) donde observar el baile codificado de los amores tarifados", comentan estas profesionales y añaden que en la segunda mitad del siglo XIX, "mujeres honradas, prostitutas ocasionales, clandestinas o registradas oficialmente, se mezclan hasta confundirse en el espacio público. Durante las horas del día, cuando cualquier forma de prostitución explícita está proscrita, prevalece la ambigüedad. Estas identidades movedizas, esquivas, fascinan a los artistas que restituyen el clima equívoco del París moderno". Las teóricas del arte consideran que las "chicas públicas" se desvanecen y solo se distinguen "por sus palabras, gestos (al levantar la enagua para descubrir una botina), poses estudiadas o expresiones significativas (sonrisa discreta, mirada furtiva o sostenida), como lo muestran las obras de Boldini o Valtat".
El brillo mágico de las farolas
En el último tercio del siglo XIX, con la liberalización del comercio de lugares de venta de bebidas, se multiplican los cafés-concierto y cabarets. Algunos establecimientos, como el Moulin Rouge o el Folies-Bergère, atraen un público principalmente de turistas extranjeros que acuden tanto para apreciar el espectáculo en la sala, como por la posibilidad de encuentros casuales.
"Lo que me parece más bello de París es el bulevar... A la hora en que las farolas de gas brillan en los cristales, cuando retumban los cuchillos encima de las mesas de mármol, voy paseando por allí, apacible, envuelto en el humo de mi puro y mirando a través de él a las mujeres que pasan. ¡Aquí se extiende la prostitución, aquí los ojos brillan!". Estas líneas escritas en 1842 por Gustave Flaubert ("Madame Bovary") a su amigo, el político francés Ernest Chevalier, describen el espectáculo de la prostitución que ofrece un París transformado por la creación de los bulevares y el nuevo alumbrado urbano.
"Ya sean prostitutas de baja categoría o destacadas cortesanas, las 'bellas de noche' saben poner de relieve sus encantos gracias a la luz artificial, como lo muestran las obras de Anquetin, Béraud o Steinlen. Eligen a propósito detenerse a proximidad de una fuente de luz y juegan con 'el brillo mágico de las farolas' o los enfoques de 'luz cruda' para que resalten mejor sus rasgos maquillados, en la oscuridad. Al exhibirse así a la mirada de los paseantes, la prostitución se hace visible de noche, allí donde de día era discreta", señalan las conservadoras del Museo de Orsay.
Sin duda uno de los artistas emblemas de ese universo fue Henri de Toulouse-Lautrec. Nacido en 1864 y fallecido tempranamente a los 36 años en 1901, alcanzó notoriedad tras inmortalizar los barrios bohemios, la vida nocturna y sus locales más legendarios, como el Moulin Rouge de París. Pintó los bajos fondos y sus habitantes: actores, payasos, bailarinas y prostitutas, con un trazo absolutamente genial y reconocible. Los dueños de cabarets le pedían carteles para promocionar sus espectáculos; y entre otras, Jane Avril, bailarina del Moulin Rouge, fue una de sus musas más celebres. Como es sabido, el alcohol y la sífilis mermaron su salud. Pasó largos períodos en hospitales, sanatorios mentales, para finalmente llegar a casa de su madre, donde falleció.
"Toulouse-Lautrec proporciona, como nadie, un rostro a las prostitutas de su época. No las pinta en mujeres fatales ni en víctimas de la sociedad, sino como mujeres comunes y corrientes, imbuidas en sus actividades diarias", puntualizan Marie Robert e Isolde Pludermacher.
Waldemar Sommer, crítico de Artes y Letras, resalta que -más allá de la polémica o el morbo- hay que centrarse en las obras de la colección y como, muchas de ellas, "rescatan este mundo con bastante delicadeza, con la representación de mujeres que -pese a su condición- conservan su dignidad".
Pablo Chiuminatto, profesor del Instituto de Letras de la UC y uno de los curadores de la exitosa muestra de esculturas de Degas, exhibida en 2011 en el Museo de Bellas Artes, concluye: "Como la vida, los temas artísticos tienen una contraparte. El hecho que desde mediados del siglo XIX la prostitución se vuelva un tópico, es la contraparte de la producción explosiva del retrato burgués y los interiores iluminados por la belleza neoclásica. Esta es la otra cara de la representación del ser humano en el arte, que pasa de la inmaterialidad de la belleza idealizada a aquella real que implica otros aspectos como el atractivo extrañamiento de la fealdad, la decadencia y la trasgresión con la que convivimos a pesar de que no queramos verla"

fuente:  http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=191036

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