lunes, 22 de diciembre de 2014

Les egipciaques


El convent de les Egipciaques (tercera entrega de "La Barcelona Sanadora")

Respiramos una bocanada más del aire "puro" campestre de Vallcarca, y nos disponemos a tomar rumbo a nuestra siguiente cita. Antes de subirme en el coche, miro de reojo el maletero, intentando urdir, en tres segundos, un plan para despistar a mis acompañantes, robarles las llaves, abrir el maletero, y profanar la caja negra sin que se den cuenta. Pero el extra de oxígeno que ha recibido mi cerebro en el ratito que hemos estado un poco alejados de la polución barcelonesa, no da para tanto.

Así que descendemos por la ladera de la urbanizada montaña para adentrarnos, una vez más, en las entrañas de la ciudad. Dejamos el coche cerca de la Ronda Sant Antoni, y me conducen a pie hacia la calle del Carme. Allí paramos en una esquina, y un rótulo, en lo alto, nos dice que estamos en la calle de Les Egipcíaques. La verdad es que he pasado mil veces por aquí, e incluso he observado, en ocasiones, el curioso nombre de esta calle, que une Carme con Hospital. Aunque nunca me había parado a pensar, ocupada mi mente siempre en cuestiones de vida o muerte, en el porqué de este nombre. Pero estoy a punto de descubrirlo.

Parece ser que el edificio colindado por las calles del Carme, Hospital y Egipcíaques, hoy sede del CSIC (Centre Superior d'Investigacions Científiques), albergara desde 1410 un centro asistencial muy particular llamado la "Casa de les Egipcíaques" o "Monestir de les donzelles", para la reclusión de mujeres bajo la devoción a María la Egipcíaca. Casualmente (o quizás no), este lugar había sido anteriormente, emplazamiento de "La Galera", una prisión de mujeres que fue más tarde trasladado a la calle Hospital.

"Qué interesante" pensé, pero ¿quíén era esta María Egipcíaca? y ¿qué tiene que ver todo esto con la sanación?

María de Egipto fue una "mujer de moral distraída" nacida en Egipto, pero que vivió en Alejandría (donde se distrajo su moral), y que en un viaje a Jerusalén sintió tal arrebato de arrepentimiento por su libertina vida, que decidió tomar los hábitos y vivir como una asceta en el desierto el resto de sus días. Siguiendo su ejemplo, la congregación de las Egipcíacas estaba formada por prostitutas arrepentidas que veneraban a María y que, como ella, expiaban su culpa convirtiéndose en siervas del señor (de segunda clase ya que, al haber perdido su virginidad, no podían tomar todos los votos monacales), y atendiendo a otras prostitutas arrepentidas o enfermas. Quizás por su vinculación y proximidad con el hospital de Barcelona, el convento acabó convirtiéndose en un lugar de acogida para prostitutas afectadas de enfermedades venéreas, y de aquellas que ya eran demasiado viejas para ejercer su oficio.

Paralelamente, existía en el barrio del Born, cerca de la calle Argentería, un conocido burdel, señalizado por una "carassa" o rostro de mujer esculpido en la piedra, que todavía se conserva (la carassa). Según se dice, durante la processión del Corpus Cristi, las moralmente distraídas empleadas de este establecimiento tenían costumbre de observar el desfile desde el balcón, objeto de las inquisidoras miradas de los feligreses. Hartas de semejante reproche y en señal de protesta, cuenta la historia que las prostitutas se orinaron encima del paso, desde el balcón, provocando semejante escándalo que desde entonces, las autoridades prohibieron el funcionamiento del conocido negocio y encerraron a estas mujeres en el convento de las Egipcíacas, durante las fiestas religiosas.

Lejos de lamentarse, las prostitutas encontraron en el convento el apoyo de sus ex-colegas de profesión, así como un lugar de sanación y reposo, e incluso una compensación económica, ya que las monjas ofrecían un sueldo diario, proveniente del alquiler de unos molinos, para aquellas mujeres que, durante unos días, dejaran el oficio y se recluyeran en oración en el convento.

Tan conveniente resultó este "castigo" de las autoridades, que se acabó estableciendo un acuerdo de colaboración entre ambos grupos de mujeres, en que las damas de la noche empezaron a hacer donaciones para que las religiosas pudieran llevar a cabo sus obras de caridad, convirtiéndose esto en una especie de mutua de salud que garantizaba a las meretrices atención médica y un hospicio para la tercera edad.

Eventualmente, el convento fue trasladado a otro enclave y la historia posterior no entra en la visita. Pero estoy fascinada. Mirando la fachada del CSIC, imagino, tras las ventanas, un ir y venir de putas y virtuosas, en un empeño de ayuda mutua. En plena Edad Media, cuando a la carta de los Derechos Humanos le quedaban aún unos cuantos siglos por nacer, parece increíble que semejante sistema tuviese lugar. Más allá de la caridad religiosa, el entendimiento entre humanos, en este caso mujeres, en base a una experiencia de vida similar, hizo posible un lugar de sanación a pesar de los prejuicios sociales de la época y de la hipocresía de las autoridades, a quienes les salió el tiro por la culata pues, gracias a su prohibición, las prostitutas salieron fortalecidas y las monjas beneficiadas. Y yo, cada vez que pase por la calle de las Egipcíaques, me imaginaré a ciertas damas orinándose encima de un paso, y salpicando a aquellos que debían haber mirado el paso, no a las putas.
http://terapiesannaorench.blogspot.com.es/2011/10/el-convent-de-les-egipciaques-tercera.html