En la Antigua Grecia, las mujeres mantenían relaciones sexuales
con sus clientes para financiar el culto de los templos dedicados a
Venus, pero este fin religioso terminó desacralizándose con el paso del
tiempo y su actividad se convirtió en un negocio que daba pingües
beneficios. La unión de lo humano con lo divino se transformó en un
fenómeno social, objeto de comercio y regulación. Es en ese momento
cuando puede decirse que aparece la prostitución profana [1]. La primera reglamentación de este oficio se llevó a cabo durante el gobierno del arconte Solón, al que se considera fundador de la democracia ateniense y de su ordenamiento jurídico y uno de los siete sabios de Grecia [2].
En torno a las primeras décadas del siglo VI a.C. Solón creó unos
burdeles, concebidos como recintos públicos donde los clientes recibían
servicios sexuales a cambio de pagar unas tarifas establecidas por el
Estado y controladas por funcionarios que verificaban los precios y los
pagos. De este modo, además de mantener el orden público, el fisco
ateniense obtuvo nuevos recursos con los que poder financiarse.
El Imperio Romano daría un paso más en la regulación de esta actividad y, en tiempos del emperador Marco Aurelio (180 d.C) las mujeres debían registrase como prostitutas para obtener la licentia stupri
del edil que les autorizaba a ejercer su trabajo legalmente, pagando un
porcentaje sobre sus beneficios. Como esta inscripción era obligatoria e indeleble –una vez [que] se
inscribiera no podía nunca lavar su mancha deshonrosa, por más que
renunciara a su infame tráfico, viviendo ya honestamente, contrayendo
ventajoso matrimonio, dando a la república hijos casi legítimos, no
había poder social ni religioso que pudiera rehabilitarla completamente
ni aun borrar su nombre del archivo de la prostitución legal [3]–
las meretrices, simplemente, solían registrase con un nombre falso.
Hecha la ley, hecha la trampa; por ejemplo, la esposa de Claudio, la emperatriz Mesalina, competía con otras mujeres en los lupanares de Roma bajo el pseudónimo de Lycisca y, de hecho, el Diccionario de la RAE aún mantiene el significado de su nombre para designar a una mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas.
PD Citas: [1] FUNDACIÓN SOLIDARIDAD DEMOCRÁTICA. La prostitución de las mujeres. Bilbao: Instituto de la Mujer, 1988, p. 12. [2] PALAO HERRERO, J. El sistema jurídico ático clásico. Madrid: Dykinson, 2007, p. 23. [3] LACROIX, P. Historia de la prostitución en todos los pueblos del mundo. Barcelona: Juan Pons Editor, 1870, p. 282.
PD Citas: [1] FUNDACIÓN SOLIDARIDAD DEMOCRÁTICA. La prostitución de las mujeres. Bilbao: Instituto de la Mujer, 1988, p. 12. [2] PALAO HERRERO, J. El sistema jurídico ático clásico. Madrid: Dykinson, 2007, p. 23. [3] LACROIX, P. Historia de la prostitución en todos los pueblos del mundo. Barcelona: Juan Pons Editor, 1870, p. 282.
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