Maureen Lennon Zaninovic
Artes y Letras
El Mercurio
La
pinacoteca parisina ofrece una mirada documentada y profunda de esta
actividad. Desde Manet, pasando por Degas, Van Gogh, Toulouse-Lautrec y
Picasso. Todos esos artistas clave del arte moderno se sintieron
atraídos por ese mundo, ya sea idealizándolo, caricaturizándolo o,
derechamente, condenándolo a través de sus obras más célebres.
Un
contundente testimonio visual que evoca el estatuto ambivalente de las
prostitutas: desde el "esplendor" de las que brillaron en el mundo del
espectáculo hasta la "miseria" de quienes no tuvieron esa oportunidad de
reconocimiento público, es lo que ofrece una de las muestras del
momento de Europa.
Se trata de
"Esplendor y miseria de la prostitución en París, 1850-1910" que
actualmente exhibe el Museo de Orsay y que estará abierta hasta el 17 de
enero.
Son alrededor de 200 obras de
grandes maestros. Desde la "Olympia" de Manet a "Las señoritas de
Avignon" de Picasso, pasando por creaciones icónicas de
Toulouse-Lautrec, Degas, Van Gogh, Félicien Rops, Émile Bernard y una
larguísima enumeración de nombres clave de la pintura moderna.
El
título de la exposición es un guiño a la célebre novela de Honoré de
Balzac: "Esplendor y miseria de las cortesanas" y alude al complejo
escenario social parisino del siglo XIX. Es sabido que hacia 1850 París
ya contaba con cerca de un millón de habitantes y dos décadas más tarde
-alrededor de 1870- había duplicado ese número. La creciente inmigración
del campo hacia la capital cambió de manera profunda las estructuras
sociales y comportamientos de esa época. El surgimiento de una clase
urbana-trabajadora y el impulso de la industria, también amasó una
notable cantidad de dinero y con ello creció la oferta y la demanda por
una serie de servicios. En este frenesí de consumo, la prostitución
explotó y se convirtió en una actividad bullente.
La
prostitución no solo estuvo circunscrita a los burdeles, esta práctica
se infiltró por todos los poros de París y hasta comenzó a ser aceptada
-de acuerdo a las crónicas históricas- como "un mal necesario para
aplacar la brutalidad de las pasiones del hombre".
Los
más importantes creadores de esos años (pintores y narradores)
sucumbieron ante ella, ya sea idealizándola de manera romántica,
caricaturizándola o -derechamente- condenándola. La palabra prostitución
fue tan atractiva y evocadora durante el siglo XIX que hasta el poeta
maldito Charles Baudelaire sentenció en su diario de vida: "¿Qué es el
arte?: Prostitución".
"¿Por qué la
prostitución fue un gran 'tema' para los artistas?" se preguntó
recientemente en The New York Times Richard Thomson, uno de los
curadores de esta muestra y profesor de Historia del Arte de la
Universidad de Edimburgo. El académico añadió que si bien en este
interés hubo un tema sexual, también hay que citar otras razones
gravitantes.
"La ciudad comenzó a
avanzar a pasos acelerados. En medio de esta locura, la sociedad
parisina se imbuyó en una clima cada vez más comercial, ambiguo y
obnubilado por el mundo del espectáculo. ¿Cómo podía uno estar seguro de
que esa persona ejercía un determinado rol y no otro? ¿Esa mujer era
realmente una cortesana o se estaba ante un error? Ese tipo de preguntas
intrigaron y fascinaron a los artistas de esos años", puntualizó
Richard Thomson a The New York Times.
¿Una nueva Babilonia?
En
el catálogo de esta muestra, Marie Robert e Isolde Pludermacher,
conservadoras del Museo de Orsay, sitúan entre el Segundo Imperio y la
Belle Epoque el periodo cuando la prostitución se afirma como tema.
Prueba de ello son las innumerables obras vinculadas con corrientes tan
diversas como el academicismo, el naturalismo, el impresionismo, el
fauvismo y el expresionismo.
"La
ciudad se encuentra entonces en plena metamorfosis: nueva Babilonia para
algunos, 'Ciudad Luz' para otros, y ofrece a los artistas cantidad de
nuevas ubicaciones (salones de la alta sociedad, palcos de óperas,
prostíbulos, cafés, bulevares...) donde observar el baile codificado de
los amores tarifados", comentan estas profesionales y añaden que en la
segunda mitad del siglo XIX, "mujeres honradas, prostitutas ocasionales,
clandestinas o registradas oficialmente, se mezclan hasta confundirse
en el espacio público. Durante las horas del día, cuando cualquier forma
de prostitución explícita está proscrita, prevalece la ambigüedad.
Estas identidades movedizas, esquivas, fascinan a los artistas que
restituyen el clima equívoco del París moderno". Las teóricas del arte
consideran que las "chicas públicas" se desvanecen y solo se distinguen
"por sus palabras, gestos (al levantar la enagua para descubrir una
botina), poses estudiadas o expresiones significativas (sonrisa
discreta, mirada furtiva o sostenida), como lo muestran las obras de
Boldini o Valtat".
El brillo mágico de las farolas
En
el último tercio del siglo XIX, con la liberalización del comercio de
lugares de venta de bebidas, se multiplican los cafés-concierto y
cabarets. Algunos establecimientos, como el Moulin Rouge o el
Folies-Bergère, atraen un público principalmente de turistas extranjeros
que acuden tanto para apreciar el espectáculo en la sala, como por la
posibilidad de encuentros casuales.
"Lo
que me parece más bello de París es el bulevar... A la hora en que las
farolas de gas brillan en los cristales, cuando retumban los cuchillos
encima de las mesas de mármol, voy paseando por allí, apacible, envuelto
en el humo de mi puro y mirando a través de él a las mujeres que pasan.
¡Aquí se extiende la prostitución, aquí los ojos brillan!". Estas
líneas escritas en 1842 por Gustave Flaubert ("Madame Bovary") a su
amigo, el político francés Ernest Chevalier, describen el espectáculo de
la prostitución que ofrece un París transformado por la creación de los
bulevares y el nuevo alumbrado urbano.
"Ya
sean prostitutas de baja categoría o destacadas cortesanas, las 'bellas
de noche' saben poner de relieve sus encantos gracias a la luz
artificial, como lo muestran las obras de Anquetin, Béraud o Steinlen.
Eligen a propósito detenerse a proximidad de una fuente de luz y juegan
con 'el brillo mágico de las farolas' o los enfoques de 'luz cruda' para
que resalten mejor sus rasgos maquillados, en la oscuridad. Al
exhibirse así a la mirada de los paseantes, la prostitución se hace
visible de noche, allí donde de día era discreta", señalan las
conservadoras del Museo de Orsay.
Sin
duda uno de los artistas emblemas de ese universo fue Henri de
Toulouse-Lautrec. Nacido en 1864 y fallecido tempranamente a los 36 años
en 1901, alcanzó notoriedad tras inmortalizar los barrios bohemios, la
vida nocturna y sus locales más legendarios, como el Moulin Rouge de
París. Pintó los bajos fondos y sus habitantes: actores, payasos,
bailarinas y prostitutas, con un trazo absolutamente genial y
reconocible. Los dueños de cabarets le pedían carteles para promocionar
sus espectáculos; y entre otras, Jane Avril, bailarina del Moulin Rouge,
fue una de sus musas más celebres. Como es sabido, el alcohol y la
sífilis mermaron su salud. Pasó largos períodos en hospitales,
sanatorios mentales, para finalmente llegar a casa de su madre, donde
falleció.
"Toulouse-Lautrec
proporciona, como nadie, un rostro a las prostitutas de su época. No las
pinta en mujeres fatales ni en víctimas de la sociedad, sino como
mujeres comunes y corrientes, imbuidas en sus actividades diarias",
puntualizan Marie Robert e Isolde Pludermacher.
Waldemar
Sommer, crítico de Artes y Letras, resalta que -más allá de la polémica
o el morbo- hay que centrarse en las obras de la colección y como,
muchas de ellas, "rescatan este mundo con bastante delicadeza, con la
representación de mujeres que -pese a su condición- conservan su
dignidad".
Pablo Chiuminatto,
profesor del Instituto de Letras de la UC y uno de los curadores de la
exitosa muestra de esculturas de Degas, exhibida en 2011 en el Museo de
Bellas Artes, concluye: "Como la vida, los temas artísticos tienen una
contraparte. El hecho que desde mediados del siglo XIX la prostitución
se vuelva un tópico, es la contraparte de la producción explosiva del
retrato burgués y los interiores iluminados por la belleza neoclásica.
Esta es la otra cara de la representación del ser humano en el arte, que
pasa de la inmaterialidad de la belleza idealizada a aquella real que
implica otros aspectos como el atractivo extrañamiento de la fealdad, la
decadencia y la trasgresión con la que convivimos a pesar de que no
queramos verla"
fuente: http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=191036